Chillida Lantoki es la primera actuación de un plan de rehabilitación urbana cuyo objetivo es la utilización de las ruinas industriales dejadas por el cierre de la Papelera Patricio Elorza S.A., como terapia contra un proceso de degradación física y socioeconómica desencadenada por la deslocalización de las empresas. El enfoque de este ejercicio de reciclaje patrimonial se realiza desde la participación ciudadana que impulsa el proyecto a través de la fundación Lenbur para el desarrollo local. En este caso el proyecto arquitectónico trata de unir pasado y presente en su justa medida y como indicio de su contemporaneidad, asume el respeto al medio ambiente como un parámetro más en la resolución constructiva del mismo.
Este proyecto ha supuesto una investigación sobre las posibilidades éticas y estéticas de la contención como motor de un proyecto de rehabilitación, dando paso a un lugar transfigurado por una pequeña intervención de inequívoca contemporaneidad formal, que busca proporcionar aquellas sensaciones espaciales El patrimonio industrial como parte integrante del patrimonio cultural. CHILLIDA LANTOKI sugeridas por el análisis del programa y que las condiciones originales del edificio no pueden aportar.
El resto, consolidar, limpiar y ordenar un espacio industrial que en sí mismo funciona como herramienta de interpretación de la realidad industrial que han vivido estos valles.
Este quizás sea el primer posicionamiento firme del proyecto. La experiencia de la arquitectura es objeto de exposición, pero frente a un tratamiento meramente visual, se busca la transmisión de otro tipo de sensaciones más complejas que tienen que ver con el recogimiento, la expectación y la predisposición. Lo tectónico intenta seducir a los sentidos a través de la espacialidad, la luz y las texturas. La sutil carga expresiva incide en la escenificación de los dos ambientes en los que se centra la exposición. Las distintas cualidades de la luz y el espacio recrean la soledad del taller y la fragua frente a la diáfana y robusta factoría en la que se fundió "el peine del viento".
El segundo argumento tiene que ver con los modos de hacer de la arquitectura actual, que opera a través de procesos cooperativos en los que el arquitecto asume el papel de estratega o confabulador de sinergias. Un trabajo así se convierte en una historia llena de complicidades en la que cualquier hallazgo o aportación es una oportunidad.
De este modo el proyecto se desarrolla como una narración coral en la que la Fundación Lenbur, la Fundación Chillida Leku, el equipo de arquitectos, los operarios, los industriales, los reportajes fotográficos de Jesús Uriarte y Català Roca, todos ofrecen pistas de cómo actuar para lograr la atmósfera deseada. Pero sin duda, lo más inspirador para afrontar la rehabilitación del edifico se encuentra en las palabras del propio Chillida: “El buen jardinero es ante todo un buen podador”(4), pues la pregunta más frecuente durante todo el proceso ha sido, ¿Qué quitar? y la respuesta, sólo lo imprescindible, ya que los ingredientes para transformar la realidad industrial en museística estaban allí, así que reutilizar elementos arquitectónicos, de mobiliario o iluminación ha sido el modo de operar, respetando al máximo la cultura y la lógica industrial del edificio y su contenido.