Este proyecto de arquitectura efímera, es el pabellón expositivo de una compañía dedicada a la fabricación de ventanas y elementos de carpintería hechos de aluminio. Por eso, este material debía tener una presencia destacada en la imagen del conjunto. En base a esta premisa, el espacio de exposición fue concebido teniendo en cuenta otras dos cuestiones.

Por un lado, los objetos que integraban la exposición se situaron cuidadosamente en la planta del stand, de modo que aquellos que eran más importantes (bien por su carácter novedoso o bien por su grado de sofisticación) disfrutaran de una posición más destacada y de más espacio libre alrededor. Era como si cada uno de estos objetos estuviera envuelto por una burbuja imaginaria cuyo tamaño estaba directamente relacionado con la importancia del mismo. Dado que la superficie disponible total era limitada, algunas de estas burbujas habrían de superponerse, generando, además, recorridos que unían los distintos ámbitos entre sí.

Al mismo tiempo, se buscó que la sección del proyecto manifestara, también, esta misma idea. Para ello, se partió de una superficie imaginara, una especie de manto continuo que gravitaba sobre las muestras expuestas y se deformaba a consecuencia del tamaño de las burbujas mencionadas. Se perfilaba así una serie de crestas y valles que oscilaba en función de la relevancia de los elementos expuestos, al tiempo que descendía para organizar la circulación de los visitantes y destacar algunos puntos de vista respectivamente.

El problema que quedaba por resolver entonces, era el de materializar superficie continua descrita por software en el ordenador, porque su compleja geometría era difícil de transportar a la realidad.

La solución aguardaba en las instalaciones de la compañía. Tras la visita a uno de sus almacenes se reparó en una serie de piezas cilíndricas que permanecían allí, puesto que no habían superado alguno de los requerimientos de calidad que se les exigían, a esperas de ser recicladas o destinadas a otro uso.

Dado que su defecto no era perceptible a simple vista, estas piezas se emplearon para construir una evocación discontinua de esa superficie virtual e imaginaria.

En sólo cinco días, mil novecientos treinta y tres (1.933) cilindros de aluminio quedaron suspendidos desde un total de cuatro mil quinientos veintitrés (4.523) metros de hilo metálico con precisión milimétrica. La superficie se percibía a pesar de la discontinuidad de las piezas recicladas. El espacio era más permeable a la vista y quedaba inundado por reflejos anodizados. Todo ello generaba una atmósfera de claridad y transparencia que envolvía a los objetos expuestos, al tiempo que permitía conectar visualmente los distintos ámbitos de la exposición entre sí.

Habiendo cumplido hace ya algún tiempo con las exigencias para las que fue proyectada, la arquitectura de este espacio expositivo aguarda días como hoy, en los que la atenta mirada de un lector consigue vencer la inevitable naturaleza efímera de este tipo de instalaciones.