En un sitio con dimensiones de 7x14 metros, en el barrio del Niño Jesús, a pocos pasos de la casa de Graciela Iturbide. En este contexto se levanta una pequeña torre de sólo tres niveles que literalmente extrae las medidas de su planta para convertirse en una sólida pieza de arcilla que se deconstruye a su propia materialidad en muy finas y casi imperceptibles tensiones de acero.
En su interior aparecen tres planos de madera, hormigón y mármol tensados de un lado a otro creando un par de vacíos de múltiples alturas, que en un futuro próximo se convertirán en patios con jardinería, autoría de su dueño. Sus fachadas interiores insinúan casi imperceptiblemente las condiciones del contexto que las rodea con una arcilla que no deja pasar la luz y que luego se convierten en sombras.
Los servicios, circulaciones y un largo estante de libros se agrupan como un elemento vertical que se integra a las paredes que contienen, para prácticamente desaparecer y resaltar el volumen de arcilla. Una pieza que busca lo más importante el silencio, la síntesis, la continuidad y el uso repetitivo y casi obsesivo de un material singular. Se aprovechó estratégicamente de su forma y proporciones de manera que el concreto podría desaparecer de la estructura y convertirse en autoportante.
Una pieza que aspira a convertirse en masa y vacío, un volumen etéreo que desaparece con la luz y la sombra; eso deja de ser para que la atmósfera fuerte transmitida por esta mujer a la que admiramos viva en ella y se fortalezca.