Puerto Vallarta es una pequeña ciudad costera orientada hacia el Océano Pacífico en México. Es un lugar del que guardo muchos recuerdos porque ahí veraneábamos con mi familia cuando era un niño. Después de 8 horas de un pesado camino, era muy emocionante jugar a quién sería el primero en ver la línea azul del mar asomándose entre la selva.
En esa ciudad nos pidieron el proyecto de una casa para una familia formada por Gustavo, Cynthia y sus dos pequeñas hijas. De carácter muy noble y amigable, esta pareja era tan apasionada por la arquitectura que hasta hizo un viaje a Japón, con sus hijas aún en brazos, para ver las obras de distintos arquitectos japoneses. Ambos tienen personalidades muy complejas, intrigantes, y admirables, ya que supieron sobreponerse a situaciones y condiciones económicas, educativas y sociales que no siempre fueron favorables, pero que les permitieron desarrollar una personalidad brillante gracias a su constante búsqueda por aprender y crecer sin dejar de vivir.
Ante tales clientes, parecía evidente que ellos debían ser el epicentro del proyecto. Además, la casa se ubicaría en un lugar que no tenía atributos de valor que influyeran en el proyecto más que el cielo, el viento, un pequeño parque, y la vista de una montaña que resguardaba la ciudad. Por esta razón, la casa se cerró completamente al exterior, permitiendo únicamente el paso de estos cuatro valiosos invitados.
Inspirados en la Casa Moliner de Alberto Campo Baeza (arquitecto que también tiene mucho significado para la pareja), organizamos la casa en tres niveles: el primero organizaba los accesos y áreas privadas, que al ser las más voluminosas, nos formaban un basamento sobre el cual colocamos unas áreas públicas liberadas y desarrolladas en ese segundo y tercer nivel, tal como haría el arquitecto español en su mencionada obra.
Esta superposición de elementos resultaba muy interesante porque el vacío circundante permitía sentir la nada y, desde ella, contemplar el cielo y la montaña, sentir el viento, y ver el follaje de los árboles del parque vecino. Un muro curvo junto a la entrada peatonal invita a pasar ya que forma una pequeña plaza con un árbol que de alguna manera conecta con el resto de los árboles del parque.
En cuanto a la materialidad de la pieza, nos interesó el hormigón visto, el acero, y la piedra por su capacidad de envejecer bellamente en un clima tropical como este.