La casa está situada en los suburbios del sureste de Nicosia, en una parcela de un nuevo barrio urbano. Al sur se extiende el familiar caos urbano de la ciudad compuesto por edificios residenciales dispersos en una disposición no homogénea. Al norte, los vastos campos de cultivo resaltan el extenso horizonte que ofrece vistas despejadas de la colina trapezoidal de Aronas. El programa es típico: una casa de dos plantas con 3 dormitorios y una habitación de invitados para una familia joven de cuatro miembros. Esta casa es el resultado de un proceso de diseño que busca reinterpretar la tipología de patio que se encuentra en las residencias tradicionales de Chipre, a través de las formas contemporáneas de vida doméstica.






La propuesta consta de dos elementos principales: un prisma rectangular y un muro vertical que rodea y abraza el prisma. El prisma, con una planta de 12X10 metros, está elaboradamente esculpido en relación con los ejes vertical y horizontal. Al retirar piezas de su masa sólida, emerge un espacio en blanco, en torno al cual se disponen las unidades funcionales de la casa. Como un lienzo tridimensional, el vacío introduce vistas inesperadas del paisaje horizontal y fragmentos de naturaleza en el interior de la casa. Recoge la luz natural desde arriba, ofrece ventilación cruzada y negocia los límites de los espacios públicos y privados de la casa. En términos funcionales, la residencia se desarrolla en dos niveles. En la planta baja hay un salón, una cocina y una pequeña habitación de invitados. La primera planta consta de dos dormitorios individuales con un cuarto de baño compartido y un dormitorio en suite.







El muro vertical, de 3,5 metros de altura, se sitúa a una distancia de 3 metros de la calle ocupando toda la anchura de la parcela. Funciona como un límite estricto y rígido que abraza el prisma y se opone al discontinuo y ruidoso vecindario urbano. Tres aberturas en la superficie del muro controlan las vistas que se disfrutan desde la casa. Detrás del muro hay una plaza central oculta. Se trata de un patio interior que acoge a huéspedes y moradores, abriéndose a la vida social. En el centro de la plaza se ha trasplantado un olivo del pueblo, que evoca recuerdos de seres queridos.






Sobre los muros blancos exteriores se refleja la intensa luz mediterránea, que proyecta y resalta momentos especiales de la vida cotidiana de la familia. Superficies horizontales de asientos de hormigón visto recorren los espacios interiores y exteriores de la residencia, subrayando la continuidad entre interior y exterior y propiciando encuentros sociales inesperados. Cuando el muro se cruza con el prisma, se generan pequeños patios con características únicas de microambiente. En todos los espacios exteriores se ha plantado vegetación chipriota. Con el tiempo, la naturaleza erosionará la estructura monolítica de la casa, reclamando su presencia en la vida cotidiana de la familia. El muro y el prisma funcionan en última instancia como un gesto sintético unificado. Su sinergia genera un diálogo rico en contradicciones entre solidez y porosidad, privacidad y exposición, deseo, protección e intimidad.

